El Precio de la Estupidez

Cada reforma mal hecha es un clavo más en el ataúd de nuestra economía…

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En los últimos años, he dedicado este espacio a reflexionar con usted, querido lector, sobre lo que sucede en el entorno económico de nuestro país y a nivel internacional. Hoy, el motivo central de esta columna tiene que ver con mi desacuerdo —tanto personal como profesional— con las decisiones que el gobierno del hijo predilecto de Macuspana toma respecto a la economía mexicana.

Este desacuerdo tiene una raíz profunda: la toma de decisiones basada en una ideología política caduca y absurda, que nada tiene que ver con la realidad económica, política y social del mundo moderno. Tan es así que nos encontramos ante una de las más grandes coyunturas económicas en la historia moderna de México. La reciente aprobación de la reforma judicial es prueba irrefutable de esto. Dos puntos sobresalen en esta lamentable decisión: primero, que el morador de Palacio Nacional y su corcho lata mayor no actúan por el bienestar del país, sino por pura revancha y obsesión con imponer sus creencias. Segundo, revela la total ignorancia (o mejor dicho, pendejez) de los legisladores, tanto del partido oficial como de la oposición.

Los primeros, porque siguen como borregos al matadero a quien mucho ofreció, nada entregó y nada le importa. Los segundos, porque siguen sin entender las exigencias sociales, prefiriendo preservar sus cuotas de poder, olvidando que su función es representar la voz de millones de mexicanos. Hoy quedó claro: la partidocracia en México está muerta, y con ella la democracia que se construyó con tanto esfuerzo en los últimos 30 años.

Lo más alarmante es que las consecuencias de esta reforma ya empiezan a sentirse, y, por supuesto, los babeantes seguidores del futuro inquilino de Palenque celebran lo que ven como un triunfo de justicia. ¿Pero qué justicia? ¿Qué parte no entienden de que la inversión y la creación de empleos dependen directamente de la certeza jurídica? Quienes tienen capital son los que generan empleos y pagan los salarios que estos ignorantes necesitan para subsistir. Las dádivas del gobierno no son regalos divinos, aunque insistan en elevar al tabasqueño a esa categoría.

Muchos me han preguntado: “¿Y ahora qué va a pasar?”. Pues lo mismo que sucedió en 1982, en 1988, y durante el error de diciembre de 1994: la economía colapsará y la gente trabajadora —la verdadera columna vertebral de este país— saldrá a buscar el pan de cada día. México siempre ha sido un país de aspiracionistas, Andrés, aunque te pese. El “pueblo bueno y sabio” que te dio su voto hace seis años, no olvida, y cuando todo esto se venga abajo, tampoco perdonará.

Tu orgullo te ha llevado a tomar un camino equivocado en esta coyuntura histórica. Y sí, errar es humano, pero las reformas de este tipo no suelen terminar bien. Pregúntale a tu amigo Evo Morales, que vio cómo el sistema judicial que él mismo instauró lo expulsó de su propio país. Ojalá el sueño en el que vives sea lo suficientemente fuerte para que nunca veas la realidad. Pero te advierto: todo ciclo termina, y tu llamada cuarta transformación no será la excepción.

A quienes hoy se sienten decepcionados y desamparados, les digo que es momento de levantar la voz y exigir resultados. Como he dicho siempre: toda decisión política tiene consecuencias económicas, y esta reforma judicial es un claro ejemplo de ello. Están destruyendo el Estado de derecho, y con él, la confianza de los inversionistas. Los indicadores ya apuntan hacia un futuro sombrío.

Por cierto, Claudia, te deseo mucho éxito en tu gestión. Porque si a ti te va bien, a todos nosotros nos irá bien. Pero qué lástima que tengas que cargar con las pendejadas de alguien más.

Así, así el segundo acto de los tiempos estelares de la transformación de cuarta.