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Esta semana ha puesto a nuestro país en una situación bastante complicada, tanto en el ámbito interno como por las noticias que llegan desde el exterior. Uno de los puntos más relevantes en la agenda nacional se resolvió, aunque no de la manera que muchos hubiéramos deseado. La Suprema Corte de Justicia, con tan solo un voto de diferencia, decidió no declarar inconstitucional la reforma al Poder Judicial. Esto significa que todas las reformas impulsadas por la bancada del partido oficial en el Congreso en los últimos meses, especialmente en el más reciente, están listas para aplicarse. Dichas reformas, entre otras cosas, han buscado socavar la autonomía del Poder Judicial de la Federación.
En este contexto, la Corte, que se suponía un árbitro autónomo e imparcial, ahora se convierte en un engranaje más de la transformación de cuarta. La pseudo emperatriz, como algunos ya llaman a la actual mandataria, parece decidida a redefinir el juego político, abriendo la puerta a una democracia de fachada con tintes autoritarios. Este cambio envía señales preocupantes a los mercados y a los inversionistas que veían en México un destino viable para sus capitales. Esta erosión de la autonomía judicial puede desatar una fuga de capitales o, peor aún, inhibir la llegada de nuevos. Y como siempre he señalado, cuando el capital extranjero se retrae, los más afectados son los sectores vulnerables de la población, que dependen de las oportunidades de empleo que estos capitales generan. Sin inversión, el ciclo de crecimiento y desarrollo económico se debilita, afectando la liquidez de la economía y limitando las posibilidades de consumo de calidad para las personas.
A esta problemática interna se suma el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, quien regresará a la Casa Blanca en enero de 2025 con una postura severa hacia nuestro país. Las amenazas del republicano no son menores; su intención de imponer aranceles del 25% en productos mexicanos, subiendo gradualmente hasta más del 100% si no se controla el flujo migratorio hacia su país, pone en riesgo nuestra economía. Ante esta situación, muchas empresas preferirán trasladar sus operaciones a otros países para evitar el costo excesivo de los aranceles, lo que reducirá aún más la inversión extranjera directa en México.
Por un lado, estamos ahuyentando capitales internos al implementar leyes absurdas, inútiles y hasta ofensivas que vulneran la autonomía de los poderes y destruyen la credibilidad de nuestras instituciones, a pesar de lo que digan los seguidores del nuevo morador de Palenque. Por otro lado, enfrentamos una amenaza externa que podría asestar un golpe significativo a nuestro crecimiento económico. Analistas estiman que estas políticas arancelarias podrían costarnos hasta un 2% de crecimiento menos para el año 2026. Es decir, si se esperaba un crecimiento del 3% o 2.5%, estaríamos más cerca del 0% o incluso del 0.5%. Esto no solo frenaría la inversión en sectores clave como el automotriz y el de manufacturas, sino que también afectaría la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (T-MEC), donde la nueva administración estadounidense probablemente será inflexible en exigir condiciones que favorezcan su economía a expensas de la nuestra.
Muchos pensarán que este es un escenario exageradamente fatalista, argumentando que la administración de Trump buscará reactivar su economía, generando así una mayor demanda de bienes y servicios. Sin embargo, no debemos ver de forma aislada las consecuencias de los aranceles. Como principal socio comercial de Estados Unidos, somos su fuente primaria de bienes y servicios importados. Si los productos mexicanos encarecen, los consumidores estadounidenses buscarán alternativas más económicas, lo que podría llevarlos a mirar hacia economías similares a la nuestra, como alguna sudamericana o incluso a China, perjudicando gravemente a México.
Al igual que el tabasqueño, la corcholata mayor comienza a repetir la narrativa de que todo va de maravilla, asegurando que nada hará tambalear el segundo piso de la transformación de cuarta. Sin embargo, parece no darse cuenta de que los pilares de su proyecto son tan frágiles como los de la línea 12 del metro, que, recordemos, colapsaron bajo su administración.
Así, así el segundo piso de la transformación de cuarta.