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La Inflación que No Se Va

Si la inflación fuera una película, el gobierno la vendería como un éxito de taquilla mientras el público busca la salida de emergencia...

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A principios de este año, mencioné los principales retos económicos que enfrentaríamos en la recta final de la actual administración y el inicio de la nueva. Entre esos desafíos, la inflación se destacaba como uno de los fenómenos más persistentes y peligrosos, un problema que ha sido una constante en los últimos años, exacerbado por la pandemia de COVID-19. Hoy, en pleno mes de agosto, lamentablemente puedo decir que no estaba equivocado.

Hace apenas unos días, el Banco de México sorprendió a los mercados y a los analistas al reducir la tasa de interés de referencia en 25 puntos base, colocándola en 10.75%. Esta decisión, tomada en una junta de gobierno dividida, en la que tres de los cinco miembros votaron a favor de la reducción, dejó a dos en franca cautela frente a las dinámicas del mercado. Lo que no sorprendió, sin embargo, fue el anuncio, apenas unos días después, de que la inflación general anual para julio de 2024 se situó en 5.57%. Este dato no solo supera en 1.57 puntos porcentuales el límite superior permitido por el Banco Central, sino que se aleja en 2.57 puntos porcentuales de la meta puntual del 3%.

Aunque la inflación es un tema recurrente en los últimos años, es alarmante la aparente indiferencia o incomprensión de gran parte de la población sobre la gravedad de la situación. La inflación, lejos de ser solo una cifra, afecta directamente el bolsillo de todos, especialmente de aquellos que ganan entre uno y dos salarios mínimos. Afecta a los hogares de tres a cinco personas que dependen del salario de un solo trabajador, y a las amas de casa que deben hacer malabares para estirar el presupuesto familiar.

Las cifras recientes del INEGI nos ofrecen una visión clara de cómo la inflación se ha infiltrado en la vida diaria. Productos básicos como el aguacate han registrado un aumento anual del 27.7%, el huevo ha subido un 14.4%, y la cebolla y el jitomate han visto incrementos alarmantes del 37.9% y 79.5% respectivamente. Incluso los energéticos, que según el gobierno no deberían haber aumentado, lo han hecho: la electricidad subió un 5.4%, el gas LP un 25.6%, y la gasolina un 6.9%. Estos incrementos no son meras estadísticas; son golpes directos al ya limitado presupuesto de los mexicanos.

Ante este panorama, resulta inevitable preguntarse: ¿dónde está el gobierno? ¿Qué está haciendo para contrarrestar este fenómeno que erosiona día a día el poder adquisitivo de la población? La respuesta, al parecer, es nada o muy poco. Cuando las cosas van bien, desde el púlpito presidencial se pregonan los logros del gobierno, se exalta la honestidad y se atribuye todo a la erradicación de la corrupción. Pero cuando los datos revelan una realidad contraria a la narrativa oficial, las culpas se reparten y la responsabilidad se desvanece entre «otros datos». Es en estos momentos cuando la autonomía del Banco de México cobra mayor relevancia, aunque, desafortunadamente, parece que esa autonomía se encuentra hoy en día comprometida por los caprichos presidenciales.

El gobierno, en su discurso oficial, ha dejado claro que cuando la inflación baja, es mérito de su gestión. Pero cuando sube, son los «conservadores» los culpables de intentar desestabilizar el país. Esta narrativa, repetida hasta el cansancio, solo busca confundir al ciudadano promedio, que al final del día es quien paga las consecuencias en su bolsillo. Es usted, estimado lector, y yo, quienes sufrimos los estragos de una economía mal gestionada, mientras los responsables esquivan sus responsabilidades.

Este triste escenario subraya la importancia de que, independientemente de nuestras inclinaciones políticas o ideológicas, exijamos resultados tangibles. El Banco de México, una institución que ha sido considerada por años como uno de los grandes logros modernos de nuestro país, se enfrenta hoy a un desafío monumental: mantener su credibilidad y efectividad en medio de presiones políticas que buscan someterla. La inflación, lejos de ser un problema que se resuelve con promesas vacías, requiere de políticas económicas serias, de decisiones bien fundamentadas y de un gobierno que esté dispuesto a enfrentar la realidad, no a maquillarla.

Lamentablemente, no parece que cambiar la percepción y la realidad sea una prioridad para quienes nos gobiernan. Mientras tanto, seguiremos, como dice la sabiduría popular, «correteando la chuleta» que cada vez es más pequeña y más veloz. Y claro, según ellos, nunca habíamos estado mejor.