Gobernar México nunca ha sido sencillo, pero hacerlo bajo la sombra de un exmandatario estadounidense volátil como Donald Trump representa un desafío mayor. La presidenta Claudia Sheinbaum se encuentra en una encrucijada: manejar con firmeza las tensiones externas mientras lidia con divisiones internas cada vez más visibles dentro del movimiento que la llevó al poder.
El contexto internacional complica aún más la situación. La administración Trump, aún desde fuera del poder, mantiene un discurso hostil hacia México. Su legado en temas como la migración, el tráfico de fentanilo y la presión comercial no se ha disipado. A pesar de los avances de México en la contención migratoria y en el combate al narcotráfico, las exigencias del expresidente siguen escalando, con amenazas que van desde restricciones económicas hasta imposiciones absurdas como el posible cambio de nombre del Golfo de México.
Esta presión no solo requiere a una jefa de Estado con temple y estrategia, sino también a un equipo capaz, leal y experimentado. Sin embargo, el entorno interno de Sheinbaum parece carecer de esos elementos. La falta de disciplina en su movimiento, los conflictos entre legisladores de Morena y la ausencia de operadores políticos con visión de Estado están empezando a generar fisuras preocupantes.
El reciente actuar de figuras clave en el Congreso —como la confrontación entre el PT y Morena, y las críticas a la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel— muestra cómo el poder se dispersa entre intereses personales y ambiciones de grupo. La entrada de Gerardo Fernández Noroña a Morena, la postergación de leyes estratégicas y las maniobras de actores como Pedro Haces y Andrés López Beltrán, reflejan un movimiento cada vez más centrado en cuotas de poder que en objetivos comunes.
Desde el exterior, la figura de Trump sigue influyendo. En sus primeros cien días de regreso al protagonismo político, ha reafirmado una postura que mezcla populismo con chantaje, señalando a México como responsable de detener migrantes y drogas, mientras exige más concesiones sin ofrecer garantías. En este juego, México no puede ni debe romper relaciones, pero tampoco puede ceder sin límites.
El verdadero reto para Sheinbaum no solo está en contener las embestidas externas, sino en reorganizar el frente interno. La ausencia de una jefa de Gobierno funcional —sea por falta de delegación o por vacíos de liderazgo— empieza a pasar factura. La construcción de una hegemonía sin contrapesos puede parecer atractiva en el corto plazo, pero también puede ser el camino hacia la implosión política.
A la presidenta le tocará decidir si actúa ahora con firmeza para evitar una fractura mayor o si posterga decisiones clave, corriendo el riesgo de que la pérdida de cohesión interna termine debilitando su margen de maniobra frente a una amenaza que, desde el norte, no dejará de presionar.
Este artículo ha sido elaborado a partir de información publicada en Entrepeneur Para leer la nota original, visita: Política desalineada – El Financiero
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