Fuente: Banco Mundial (2025), “Global Economic Prospects – June 2025”, capítulo 4.
Las economías clasificadas por el Banco Mundial como afectadas por fragilidad, conflicto y violencia (FCV, por sus siglas en inglés) constituyen una de las principales preocupaciones del desarrollo global en el siglo XXI. En la edición de junio de 2025 de su informe semestral “Perspectivas Económicas Mundiales”, el organismo multilateral dedica un capítulo completo al análisis estructural de estas economías, sus limitaciones, vulnerabilidades, y el costo económico asociado al conflicto persistente.
Con una población conjunta superior a los 1,100 millones de personas —cerca del 14% de la población global—, estas 39 economías concentran actualmente más del 50% de los pobres extremos del planeta, y se proyecta que representen hasta el 60% para el año 2030. El informe del Banco Mundial enfatiza que la fragilidad no es solo un problema económico, sino una trampa de múltiples dimensiones: institucional, social, demográfica y geopolítica.
Diagnóstico estructural: vulnerabilidades múltiples y superpuestas
1. Crecimiento económico lento y regresivo
Los países FCV presentan sistemáticamente un crecimiento por debajo del promedio de las economías emergentes y en desarrollo (EMDEs). Desde principios de siglo, el ingreso per cápita de estas economías ha crecido más de un punto porcentual anual por debajo del promedio de otras EMDEs. La pandemia de COVID-19 profundizó esta divergencia: mientras que el producto interno bruto per cápita en otras economías en desarrollo se ha recuperado paulatinamente, en los países FCV sigue por debajo de los niveles prepandémicos, acumulando una pérdida cercana al 13% respecto a su trayectoria proyectada.
La escasa capacidad fiscal, el bajo capital físico y humano, y la interrupción continua de actividades productivas impiden una recuperación sostenida. Entre 2020 y 2024, el crecimiento del PIB per cápita fue negativo en promedio, ampliando la brecha con economías no-FCV y, sorprendentemente, también con las economías avanzadas.
2. Inversión deprimida y formación de capital estancada
El informe destaca que la debilidad estructural de estas economías se refleja en su incapacidad para atraer inversión privada, tanto nacional como extranjera. En términos de formación bruta de capital fijo per cápita, los países FCV apenas alcanzan un tercio del nivel de otras EMDEs. Las entradas de inversión extranjera directa (IED) como porcentaje del PIB son históricamente bajas y han disminuido aún más desde 2020.
En contextos de conflicto abierto, los gobiernos pierden incluso funciones básicas como la provisión de seguridad jurídica, la garantía de derechos de propiedad, la provisión de infraestructura y la estabilidad regulatoria. En ausencia de conflicto, la fragilidad institucional suele traducirse en altos costos regulatorios, incertidumbre política y corrupción generalizada.
3. Subutilización de la fuerza laboral y desplazamiento poblacional
El desempleo y la informalidad estructural son rasgos compartidos por la mayoría de los países FCV. Aunque la población en edad de trabajar ha crecido de forma acelerada (270 millones entre 2000 y 2022), el empleo total sólo ha aumentado en 140 millones en el mismo periodo, lo que implica una caída en la tasa de ocupación. Además, las mujeres jóvenes enfrentan los niveles más altos de subempleo y exclusión económica.
A esto se suma una crisis de desplazamiento forzado. Más del 90% de los desplazados y refugiados del mundo provienen de países FCV, lo que deteriora los mercados laborales locales y genera tensiones en los países receptores, que también suelen ser frágiles.
4. Dependencia de commodities y escasa transformación estructural
La mayoría de las economías FCV dependen de exportaciones de productos primarios. Aproximadamente el 75% son clasificadas como exportadoras de commodities, en comparación con el 50% en otras EMDEs. Esta estructura productiva limita el potencial de crecimiento y diversificación. El sector agrícola aún representa el 40% del empleo y más del 20% del PIB en promedio, mientras que los sectores industrial y de servicios son comparativamente reducidos.
La falta de integración en cadenas globales de valor, la baja productividad y la volatilidad de los precios internacionales afectan directamente la estabilidad económica de estas economías.
5. Limitaciones fiscales y deuda insostenible
Los países FCV presentan un nivel de ingresos fiscales crónicamente bajo: sus ingresos públicos como porcentaje del PIB son aproximadamente seis puntos porcentuales inferiores a los de otras EMDEs. Esta debilidad recaudatoria reduce drásticamente el margen para invertir en infraestructura, educación, salud o programas sociales.
Como resultado, muchos países han recurrido al endeudamiento externo. Cerca del 70% de estas economías se encuentran actualmente en situación de sobreendeudamiento o en alto riesgo de caer en ella. La dependencia de donaciones y préstamos concesionales ha aumentado, al tiempo que las condiciones de financiamiento comercial se han deteriorado.
6. Rezago en desarrollo humano
Los indicadores sociales en los países FCV son alarmantes. La esperanza de vida es siete años menor que en otras economías en desarrollo, y la mortalidad infantil es el doble. El acceso a servicios básicos, como agua potable, energía o servicios de salud, está muy por debajo de los estándares mínimos. En materia educativa, los niños en países FCV asisten a la escuela en promedio tres años menos que en otras EMDEs, y los niveles de “pobreza de aprendizaje” superan ampliamente el 70%.
Este deterioro del capital humano no solo es consecuencia de la fragilidad, sino también un factor que perpetúa la exclusión, la pobreza y el conflicto.
El costo económico del conflicto
El Banco Mundial estima que los conflictos armados tienen efectos devastadores sobre el crecimiento económico, más aún en contextos de debilidad institucional. Utilizando modelos contrafactuales y análisis de eventos, el informe concluye que los conflictos de alta intensidad provocan una pérdida acumulada de hasta 20% del PIB per cápita a cinco años de su inicio.
A nivel sectorial, los impactos más severos se observan en la industria y la agricultura, por destrucción física de activos, disrupción logística, pérdida de mercados, y escasez de mano de obra. El efecto también se extiende a países vecinos a través de canales comerciales, migratorios y financieros.
Además, los conflictos generan “cicatrices” duraderas: incluso después de cesar la violencia, el crecimiento no necesariamente se recupera, y la convergencia hacia niveles previos puede tardar décadas. En los países con instituciones más sólidas, mayor desarrollo humano y resiliencia climática, el impacto tiende a ser más acotado.
¿Hay espacio para la esperanza? Oportunidades y escenarios
Pese al sombrío diagnóstico, el Banco Mundial identifica tres fuentes potenciales de crecimiento en el largo plazo para los países FCV:
- Bonanza demográfica: La proporción de población en edad laboral alcanzará el 60% hacia 2040, y podría superar a otras EMDEs en 2055. Esto podría traducirse en dividendos económicos si se generan suficientes empleos formales y productivos.
- Riqueza en recursos naturales: Varios países FCV poseen minerales críticos para la transición energética global (por ejemplo, cobalto, litio, tierras raras), lo cual representa una ventana de oportunidad si se gestiona adecuadamente.
- Potencial turístico: Con condiciones mínimas de estabilidad y seguridad, algunos países podrían reactivar sectores turísticos con alto potencial (caso de Sri Lanka, Camboya o Nepal), generando empleos en sectores intensivos en mano de obra.
Prioridades de política y cooperación internacional
El informe concluye que no hay soluciones únicas, pero sí rutas posibles:
- Prevención de conflictos: Fortalecer sistemas de alerta temprana, construir instituciones inclusivas y canalizar demandas sociales antes de que se conviertan en violencia.
- Estabilización macroeconómica: Aumentar la capacidad recaudatoria, mejorar la eficiencia del gasto público y establecer marcos fiscales creíbles y adaptables.
- Reforma institucional gradual: Apostar por mejorar gobernanza, estado de derecho, transparencia y acceso a la justicia. La experiencia de países como Ruanda o Bosnia demuestra que es posible.
- Inversión en capital humano y protección social: Reforzar sistemas de salud y educación básicos, con énfasis en mujeres, niños y jóvenes. Evitar la ruptura generacional.
- Participación del sector privado: Establecer condiciones mínimas para atraer inversión responsable, fomentar la formalización y facilitar el acceso al crédito.
- Financiamiento internacional coordinado: Aumentar el uso de financiamiento concesional, alivio de deuda y asistencia técnica, con estrategias de largo plazo orientadas a la resiliencia.
Conclusión
Las situaciones de fragilidad y conflicto son más que un desafío de desarrollo: son una amenaza sistémica a la estabilidad global. La persistencia de estas crisis puede convertirse en una fuente estructural de pobreza, desplazamiento, inseguridad y descomposición institucional. El informe del Banco Mundial proporciona evidencia robusta de los impactos económicos del conflicto, pero también muestra que, con las políticas adecuadas y un compromiso sostenido, es posible revertir la trampa de la fragilidad.