La elección de líderes políticos es una responsabilidad ciudadana que impacta directamente en el rumbo de un país o estado. El caso del exfutbolista y ahora político Cuauhtémoc Blanco es un claro ejemplo de cómo la fama no garantiza una buena gestión, y cómo el voto basado en la popularidad puede derivar en una de las administraciones más cuestionadas en la historia reciente de Morelos.
En el año 2018, Morelos enfrentaba una elección compleja tras la criticada gestión de Graco Ramírez. Entre los candidatos figuraban figuras con fuertes vínculos con el poder saliente, como Rodrigo Gayosso, hijastro del entonces gobernador, y otros con poco respaldo ciudadano. Ante este escenario, Blanco, reconocido por su trayectoria deportiva, parecía una opción «diferente», alejada de los partidos tradicionales y sin antecedentes de corrupción, lo que le ganó el voto de muchos ciudadanos que buscaban un cambio.
Sin embargo, la administración de Cuauhtémoc Blanco rápidamente comenzó a mostrar signos de opacidad y descontrol. Lo que inició como una promesa de cercanía con el pueblo, bajo un discurso de «puertas abiertas», se transformó en una gestión señalada por presuntos actos de corrupción, desvío de recursos y nexos con personajes del crimen organizado.
Uno de los escándalos más graves estalló en 2020, cuando Santiago Nieto, entonces titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, reveló que José Manuel Sanz, jefe de la oficina de la gubernatura, habría enviado 741 millones de pesos a cuentas en Suiza. A partir de ahí, las denuncias comenzaron a acumularse: operaciones de lavado de dinero, triangulación de recursos, fotografías con supuestos líderes criminales, y hasta una denuncia por intento de violación.
En 2022, la Fiscalía Anticorrupción de Morelos ya contaba con ocho carpetas de investigación abiertas contra el exgobernador. Además, la Auditoría Superior de la Federación reportó irregularidades por más de 3,200 millones de pesos durante su gestión. A pesar de estas cifras alarmantes, Blanco ha continuado en la vida política, protegido en parte por las estructuras partidistas que lo respaldan.
Este panorama pone en evidencia la crisis de representación que vive el país. Elegir líderes por su fama, sin tomar en cuenta su preparación, integridad y experiencia, ha generado un costo social y económico muy alto. Lo preocupante es que, mientras la popularidad siga pesando más que la ética o la formación, los errores del pasado seguirán repitiéndose.
En conclusión, la ciudadanía debe asumir su parte de responsabilidad. El voto consciente, informado y ético es la única herramienta para revertir la decadencia política. No se trata solo de rechazar a los malos candidatos, sino de exigir liderazgos verdaderamente comprometidos con el bienestar común y con la transformación real del país.
Este artículo ha sido elaborado a partir de información publicada en el FINANCIERO Para leer la nota original, visita: Morelos y Cuauhtémoc Blanco… la decadencia política – El Financiero
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