La tormenta política que hoy agita a Estados Unidos tiene un punto de partida claro: Donald Trump está haciendo exactamente lo que prometió en campaña. Desde su llegada a la presidencia, el líder republicano ha puesto en marcha una serie de reformas y medidas que, independientemente de si se aprueban o no, responden fielmente al discurso que lo llevó al poder. Su coherencia, rara en la política moderna, ha generado tanto críticas como admiración.
Trump ha redefinido el panorama institucional de su país de manera similar a lo que ocurrió en 1932 con Franklin D. Roosevelt. Temas como la migración, los aranceles, la industria, la salud y la educación han sido sacudidos por decisiones que marcan un antes y un después. Aunque algunos cuestionan sus métodos, no se puede negar que su línea de acción fue claramente anticipada en su campaña presidencial.
En una era en la que los líderes suelen adaptarse al clima político y a la presión mediática, la coherencia de Trump lo distingue. Su proyecto, encapsulado en el lema “Make America Great Again” (MAGA), refleja tanto un nacionalismo económico como un rechazo abierto a políticas como la diversidad, equidad e inclusión (DEI), que según él, han distorsionado los valores fundamentales del país.
Esta narrativa ha calado especialmente entre sectores históricamente relegados, incluyendo parte del voto latino y afroamericano, quienes ven en Trump a un líder que vuelve a poner la meritocracia en el centro del discurso. Las críticas al “elitismo progresista” de los demócratas y su desconexión con el ciudadano promedio han sido parte del atractivo del expresidente, especialmente en regiones industriales golpeadas por la globalización.
Trump se enfrenta ahora al desafío más grande: sostener su base ante una posible recesión, consecuencia directa de su guerra arancelaria. La promesa de repatriar la industria estadounidense es ambiciosa, pero aún no se concreta. Los altos costos económicos ya se están dejando sentir, y es incierto si el votante MAGA estará dispuesto a soportar el impacto con tal de ver los resultados a largo plazo.
Algunos analistas han comparado la firmeza de Trump con la que mostró Álvaro Uribe en Colombia, destacando cómo la coherencia en el discurso puede volverse una virtud poderosa. En ambos casos, la idea de gobernar con convicción —aun a riesgo de generar fricción— ha sido el eje central. Tanto Trump como Uribe apostaron por liderazgos fuertes en momentos de crisis.
La historia aún está en desarrollo, y nadie puede predecir el desenlace con certeza. Lo que sí es evidente es que Trump no ha cedido ni un centímetro en su visión del país. Si el proyecto funcionará o no es una incógnita. Pero si algo está claro, es que, a diferencia de otros políticos, Donald Trump no está improvisando. Está ejecutando un plan que dejó claro desde el primer día.
Este artículo ha sido elaborado a partir de información publicada en Entrepeneur Para leer la nota original, visita: Cuando la coherencia política asusta – Infobae
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