La serie documental Los pasillos del poder deja en claro que, en Estados Unidos, la última palabra en política exterior siempre la tiene el presidente. En el segundo mandato de Donald Trump, esta premisa se vuelve aún más evidente, pero también más caótica. Sin una línea ideológica sólida, la administración Trump ha creado un entorno anárquico, donde distintas “familias” políticas compiten por establecer el rumbo del país en el escenario internacional.
Los expertos en Washington han clasificado históricamente al Partido Republicano en tres corrientes geopolíticas: los primacistas, que buscan la hegemonía global; los priorizadores, que apuestan por concentrar esfuerzos en amenazas clave como China; y los restrictores, que defienden un retiro casi total del escenario mundial. En la administración actual, los primacistas han sido desplazados, y figuras como Mike Waltz y Marco Rubio han recalibrado sus posturas hacia un enfoque más limitado.
China ha sido uno de los temas más representativos de este viraje. Aunque sigue existiendo consenso sobre su relevancia estratégica, la influencia de los “halcones” ha disminuido frente a un grupo cada vez más aislacionista. El Instituto Hudson, antes clave en el diseño de políticas hacia Pekín, ha perdido peso frente a asesores como JD Vance o Donald Trump Jr., quienes cuestionan incluso la necesidad de involucrarse con Taiwán. La posible salida del Secretario de Defensa Pete Hegseth, tras filtrar información sensible, solo intensifica este giro.
El caso de Irán refleja aún más la dinámica interna en la Casa Blanca. A pesar de que Israel propuso un ataque para frenar el programa nuclear iraní, y que algunos asesores lo apoyaban, prevaleció la postura contraria liderada por la Directora de Inteligencia Tulsi Gabbard y otros restrictores. Al coincidir con el instinto negociador de Trump, se optó por no intervenir militarmente y buscar, en cambio, un nuevo acuerdo con Irán.
En este escenario cobra protagonismo Steve Witkoff, promotor inmobiliario y amigo cercano de Trump, convertido ahora en su enviado especial. Sin experiencia diplomática, ha gestionado misiones en Israel, Ucrania e Irán. Su cercanía con el presidente le permite acceso directo y continuo al Despacho Oval, y aunque algunos valoran su “mirada fresca”, otros advierten que su falta de preparación lo deja expuesto ante diplomáticos experimentados, como los rusos, con quienes ha repetido narrativas preocupantes.
Por otro lado, la figura de Marco Rubio como Secretario de Estado ha generado decepción. Inicialmente visto como una presencia equilibrada, su rol ha sido más bien pasivo, validando decisiones ajenas y mostrando una alineación servil con las posturas de Trump, incluso si estas contradicen su trayectoria previa. Para analistas como los de Foreign Policy, Rubio ha diluido su figura al convertirse en un seguidor sin peso propio.
En conclusión, la política exterior del segundo mandato de Trump se caracteriza por la inconsistencia, las rivalidades internas y la improvisación, donde la influencia real no depende del cargo, sino de la cercanía con el presidente. Los aliados internacionales deben prepararse para una administración donde los principios tradicionales han sido reemplazados por una lógica personalista, volátil e impredecible.
Este artículo ha sido elaborado a partir de información publicada en Entrepeneur Para leer la nota original, visita: La rivalidad entre ‘familias’ geopolíticas que explica el caos de la política exterior de Trump
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